Sentía el dolor que le provocaba la conciencia por culpa de su inconciencia…y es que no debe haber peor día que aquel en el que anochece a media tarde, cuando tras asomarte a la ventana, ésta se olvida del horizonte para mostrar un mundo de sombras cargado de recuerdos y pesimismo.
Como jodido debió ser en el mismo juicio juez, fiscal, jurado y acusado. Proceso donde las pruebas acusatorias no son más que los propios Prejuicios y Miedos que juzgaban a un alma llena de Desilusión. Además la Esperanza rehusó ser su abogado defensor, la Soledad y Tristeza que eso le provocó, omitió a conciencia a cualquier Ser que pudiese remediarle un inminente final, para lo que en su día fue un ilusionante destino. En el sumario cualquier experiencia vivida fue considerada ante un impopular jurado como un agravante fracaso; y la Conciencia, emperifollada en su papel de fiscal, suscitaba razones para convertir su sano-juicio…en un juicio- insano, consiguiendo además la declaración insolente de una Sensatez tan falta de valores propios como cargada de antiguos errores tal vez justificados… tal vez condicionados, tal vez… no errados.
El acusado, recreándose en su impuesta desdicha, se consolaba imaginándose crucificado e inmortalizado (aunque fuese por sus infieles) como: El Gran Dios del Templo de los que pudieron haber sido….y no fueron. Ja!! soñador incauto… pasaba las últimas horas de su ya periclitada vida, filosofando y divagando:
-- “Valiente corazón maldito aquel que sufre por el peor de los desamores conocidos: El Desamor Propio”.
Así, engalanado en un manto de dudas y espinas, aguardaba resignado sentencia y la más resolutiva de las condenas. Aquella que pudiese redimirle del peor de sus pecados: el de despertar ese mañana abrazado a la tristeza. Una condicionada Coherencia fue la encargada de hacerle saber cual seria su último destino. Sin otro derecho que aquel de pronunciar sus últimas palabras, estas las describió con lágrimas…. y más lágrimas…lágrimas que en la penumbra del más oscuro de sus días, no consiguieron más que humedecer la tierra que la Pena removía al cavar su ahora deseada tumba.
Conocido final para tantos que piensan que lo perdido siempre será mayor que lo nuevo por sentir. Pero aun sintiéndose avergonzado por sus “fechorías”, su insensata sensatez pronunció su epitafio:
“Maldito árbol es aquel que buscando su crecimiento, confunde en la poda, unas podridas ramas con las mas profundas de sus raíces”.
Más miserable llegó a sentirse, cuando ya subido en el patíbulo, encontró otras que el tiempo no las segó”.